Me encomiendo a las Musas que no intentaste arrebatarme, concediéndome así lo que te pedía, y comienzo así esta Oda para ti, oh, diosa a la que nunca tenía pensado escribir:
Tus ojos de lechuza adquieren el brillo de una enorme Luna
que se retrata en tu impoluto casco,
que se refleja en tus frondosos cabellos.
Tu escudo es un mar de estrellas,
a tu querida Pallas forman uniéndose entre ellas,
sacando a la luz una herida latente en tu corazón.
Nadie como yo entiende tu maternidad y tu huída.
Nescio, pero creo que nadie más ha sentido tanta empatía
en los tortuosos momentos de tu vida.
En sueños y en vida pude besar lo que nadie besó,
tus amargos y castos labios donde escondes el conocimiento;
ávida de éste, metí toda la lengua hacia dentro,
sentí por un instante que me iba al Olimpo impulsada por el viento.
Oro viejo imagino tus ojos pues en ellos se reflejan los viejos escritos.
Oro viejo que representa tu fuerza y grandeza.
Oro viejo que corre por mis venas.
Oro viejo que surca mi cerebro.
Oro viejo que oprime y quema.
Oro viejo, mea Atenea.